Lunes... (Parte I)
Esta mañana cuando salía de casa me he cruzado con mi portero, como todos los días estaba pasando la aspiradora por el jardín que hay en la entrada del portal, siempre lo hace para quitar las gotas de rocío. He ido a por el periódico a la panadería de la esquina, las noticias se cuecen mucho mejor en el horno por la noche mientras dormimos y suelen tener más miga que las de los quioscos. Al parecer ha sido interceptada una patera con 50 inmigrantes subsaharianos que querían escapar de tierras españolas y volver a sus respectivos países, una anciana ha atracado a varios jóvenes drogadictos y les ha quitado el poco dinero que tenían para comprar heroína en la Gran Vía, la iglesia comienza su campaña para la prevención de embarazos no deseados y va a repartir preservativos por los colegios... Mientras bajo por las escaleras mecánicas hacia el andén para coger el metro que me lleva a trabajar todos los días, voy contemplando los rosales que cada día están más grandes y hermosos, varios pájaros picotean junto a una fuente y una señora descansa en un banco mientras un niño juega a la pelota con uno de los guardias de seguridad. Entro en el vagón y me siento junto a una de las estanterías con libros que hay colocadas junto a las puertas corredizas, un señor con sotana se sienta frente a mi y esboza una sonrisa a la joven que está a mi lado, el tren arranca y empieza a deslizarse por el chorro de aire que corre por el túnel, apenas se nota el movimiento, inclino un poco para atrás el asiento y apago una de las lamparillas que hay sobre mi cabeza para descansar un rato. Llegamos a mi parada, el asiento se eleva automáticamente y se enciende de nuevo la lamparilla, suena un pitido que me indica que tengo 15 segundos para bajarme del tren antes de que vuelva a arrancar, cojo mi maletín rojo donde llevo el almuerzo y salgo del tren, el andén está lleno de jóvenes que van a la universidad y hay un pequeño estanque con nenúfares en el otro lado donde dos cisnes juegan al ajedrez, cojo el ascensor y subo a la planta 10, salida. Cuando salgo de la boca del Metro veo a un joven que reparte tarjetas de un nuevo restaurante de Comida Cocinada que inauguran el Viernes, diez metros por delante otro chico las va recogiendo. Llego a mi edificio y subo a la oficina, ficho como todos los días y saludo a mis compañeros que apenas pueden contener su felicidad por empezar otra semana más de trabajo. Me siento en mi mesa frente al ordenador, tecleo mi clave de acceso y entro en el servidor que me da los buenos días, le pido unas tostadas con mantequilla y mermelada y un café con leche, miro mi correo electrónico y me pregunto que es lo que tengo que hacer, cinco años con este trabajo y todavía no lo tengo claro, riego las plantas que hay en la ventana frente a mi mesa y me quedo un rato mirando los demás que hacen lo mismo...