LA PERFECTA LLAVE
Eran cuatro hermanas. Dos mayores y dos que eran pequeñas. Éstas últimas son las hermanitas y las grandes son conocidas como las hermanas. Era curioso- y para mí continúa siéndolo mientras lo recuerdo escribiendo, por ello no se desconcierten con este baile de verbos pretéritos y presentes, hacia detrás hacia delante. Es curioso que las dos hermanas mayores que se llaman Sarah y María Antonieta son tan parecidas entre sí como las hermanitas, María Asunta y Graciela, se asemejan. Las dos pequeñas son gotas de un mismo torrente y verlas juntas es gozar de la visión de una cascada doble de reminiscencias alienígenas.
Son dos parejas, la grande y la pequeña, que no comparten casi nada, tan sólo una unión de sangre, una ceja aquí o un dedo del pie allá. No piensen que las conocí a todas de golpe. Hubiera sido excesivo para mi alma ávida de mirar y mi barriga no hubiera resistido una escena tan cómica. No me suelen ocurrir cosas muy muy divertidas pero sí algunas alegres.
María Antonieta tenía 37 años y Sarah 33. Eran mandonas, autoritarias y muy generosas tanto como bondadosas. Les gustaba dirigir la conversación : que una persona cualquiera se expresara y opinara exactamente como ellas tenían en mente que él/ella debía hacerlo, esto es , que el hombre/mujer con quien trataban asumiese e interpretase hasta el final, la despedida, el papel que las hermanas le otorgaban. Ni más ni menos. Sobre todo ellas tenían la última palabra. Tienen grandes voces, poderosas, resonantes, que se elevan e imponen por encima tuya. Porque tu eres un faringítico crónico, qué le vamos a hacer, gajes de vivir en la gran ciudad. Y ellas respiran más campo y beben leche y tienen el corazón amplio y pechos grandes, rugientes, que les facilitan esta labor, la de la voz por encima tuya. Prefieren hombres sumisos a los que puedan ridiculizar dentro y fuera de casa: hombre obediente, apolillado, con faringitis todo el año ¡ te estará oyendo el cuello de la camisa! Tacharlos de inútiles pero siempre con cariño. Hombres despistados que no son capaces de encontrar una fotografía en el momento que hace falta, cuando se quiere recordar viendo y la visita se marchará y no va a venir otro día a recordarte lo de la foto. Maridos y novios que se olvidan de llamar al enmoquetador-electricista-técnico reparatorio y reparador de incomodidades pero hombres obedientes, sobre todo buenos conductores. Nunca les pregunté ¿ y cómo os gustan los amantes ? porque no me interesaba saberlo, estas tres o cuatro características que reúnen una abstracción de vigor sexual, compañerismo, compromiso y una determinada altura de centimetros, lo que puedes esperar oír ante semejante pregunta. Te ves obligado a sonreír, ay cómo sóis siempre buscando la perfección. Ya no tolero ciertos discursitos. Creo que sus amantes han de tener un buen pene grande y latidor y que sepan utilizarlo , durante horas y semanas de ¡controversia!
De Sarah ya he hablado en otro cuento : era un corazón roto que no conseguía olvidar y la morbidez de su alma luchaba cada día contra las circunstancias tan reales- sola y con visos de continuar así por largo tiempo, tanto como viviera- para que su carácter no se convirtiera en un puro vinagre malhablado y rencoroso.
María Antonieta, la hermana mayorísima, era como Sarah pero con FORTUNA o en realidad no se parecía a su hermana porque nunca se fue demasiado lejos, no anduvo, no se distrajo y no supo estar sola, ni siquiera a disgusto y sola. Estaba sólo un poco menos amargada porque tenía una pareja, algo que la eximía de ser una desgraciada. Además no era nada llorona, era una luchadora enérgica con la perspectiva de la hermana mayor, como si no hubiera otra causa por encima de ella.Se casó con Silvano, un mago que la mayor parte del tiempo estaba parado. Hablaba de aquella actuación, este o aquel teatro-sala-bar siempre pretéritamente en un contexto indeterminado porque su emoción era tanta mientras relataba la sorpresa del público que sólo pudo acontecer la semana pasada mas su cabeza redonda y fuerte era ya blanca cuando la tarjeta de presentación prestidigitador- fantasioso- ventrílocuo mostraba una foto blanca y negra, cara blanca y pelo negro azabache. Creo que le causé buena impresión y me trató simpáticamente aunque no me miraba a los ojos al hablarme. Pero me llevaba de paseo y me daba explicaciones que me interesaban muy sinceramente sobre el mirto, o las patatas y judías y los preparados de salazón y tripas de toda clase. Silvano, te gustaba estar conmigo porque no conocía tu historia y te tomaba en serio, algo que ya ninguno te podía dar : credibilidad. A mí me agradaban aquellos momentos por todo lo contrario, no te interesaba saber nada relacionado conmigo.
María Antonieta era gruesa, de mofletes rojos y solía llevar gafas de sol negras. Tenía amplia sonrisa y tenía un esclavo : su marido Silvano. A propósito, cuando Sil había recibido quizás una cantidad intolerante de desprecio marital se tomaba su revancha. Lo que hacía era hablar de su hijo el COMANDANTE marino que dirigía la ruta de cruceros que salían de Miami y quién sabe dónde llegaban, daba igual porque ganaba muchísimo dinero , y no tenía aún los treinta años. Era un hijo del pasado que tuvo con una mujer del pasado y que no veía desde hacía tiempo..porque estaba siempre sobre cubierta, orgulloso de haberse hecho así mismo, habituado a la brisa salina, a los turistas multimillonarios que quieren hacer girar el volante a estribor. Habituado al dinero, lejano de todos nosotros. Viviendo en un mundo de yates y aviones. Nunca hablaba de su hijo si María Antonieta estaba delante. María Antonieta me metía mano en cuanto nos quedábamos solos. Ocurría por lo general sentados a una mesa y era un tiempo en que estábamos comiendo y bebiendo todo el tiempo. Me miraba muy directa y afable entornando los ojos y ya sabía lo que venía. Me acariciaba la pierna y me restregaba bien el paquete que claro, se iba poniendo duro. Nunca pasaba de ahí. Me decía que era una vieja para mí, me cogía la barbilla como a un niño y ahí terminaba la aventura extramatrimonial. El adulterio benévolo de María Antonieta que quería tantísimo a Silvano.
He escogido un determinado orden para presentaros a las hermanas, una secuencia de edad probablemente. Sarah, 33 años. Ya he dejado escrito que me acosté con ella, siempre con un preservativo, y que la abandoné fría pero no cruelmente. No me gusta, como escritor, repetirme en mis historias ni en cuanto a temática ni desde luego a estilo de prosa. Sobre todo porque escribo exclusivamente para mí y me gusta aburrirme sólo un poco. Entonces...A las hermanitas las he conocido hoy por la tarde. A la vez, misma habitación, una después de otra, la mano, no un beso, ellas interesadas en el ordenador portátil que las conecta con el mundo de la información, de los amigos que están lejos y de las ofertas de trabajo a tiempo parcial/completo. Tienen los mismos ojos de fidelidad-negros-, la misma boca silenciosa-un dibujo a lápiz-, hablan lo necesario. Son pálidas y pecosas, con pelo negro, liso y largo. Se parecen mucho. Son niñas de pechos pequeños que aún visten ropas de cuando tenían 16 años porque no se han desarrollado más. Miman a sus padres, los adoran. Son angelicales y por eso en muchos momentos parecen frías y displicentes. Sí, son inteligentes y calculadoras, miden la posibilidad de fracaso y éxito, no se puede engañarlas. Desengáñate escritorcillo, no están a tu alcance, son bellas y energéticas y abstemias y educadas y licenciadas. Se despiertan y se acuestan con igual serenidad sin haber borrado una huella de su hermosura, sin haberse oxidado un poco más como el resto. ¿ Qué impresión les he causado como un visitante que viene de lejos y del que han oído hablar, en alguna tarde que después olvidaron? No lo sé, sólo podría especular. Incluso si me caminase hasta ellas, lascivo por dentro y miope tembloroso en equivocada visualización interna de uno mismo por fuera, y les preguntara : De verdad, muy sinceramente, ¿ qué es lo que pensáis de mí? Quiero decir como persona, como carácter, qué es lo que veis cuando me acerco hasta aquí, caminando asimétricamente buscando vuestra conversación y compañía. Tú cuando me ves quién soy para ti. Suponiendo que me contestaran NUNCA sabría si dijeron la verdad o si la respuesta fue un trazo formal, producto del primer vistazo expresado a modo de respuesta que intenta decir algo parecido a la verdad, de un modo respetuoso,la verdad no pensé nada sobre ti, un poco ni me di cuenta o no me importó tu presencia. Que pregunta tan rara, la gente no suele hacer una demanda de este tipo, además suena algo egomaniático, que pienso de ti que pienso de ti, yo que sé, nada, que eres bajo, ya está, sólo eso. Bueno pues Graciela se marchó esa misma noche porque tenía que coger un avión y le dejó dicho a su hermano que un servidor estaba de muy buen ver, ay ay,¿pero de verdad te lo ha dicho? y no la he vuelto a ver nunca más.
Con María Asunta estuve hablando de literatura. Una de las cosas que más detesto hacer en la vida pero que repito con cierta regularidad, siii, sin tener ni idea, como algo natural porque es un hábito que me protege de los tensos silencios, de no mirarnos a la cara y no ser capaz de encontrar una sola palabra que nos acerque, por Dios, al menos hasta que lleguen los otros y el rumor nos ponga a cada uno en su sitio y a los pocos minutos olvidemos el incómodo silencio que compartimos, porque nadie ama los lastres ni quiere llevarse un recuerdo tan feo y fútil a la cama. Es un hábito, un vestido negro y pesado como losa que me va hundiendo en el suelo, en la pequeñez de espíritu y el desinterés tan humano. Venga hablemos de los libros y las películas : que chula , me gustó , ah es muy bueno. Oh me encantó, un poco rollo. Si.
Hablamos de Joyce. Uno de mis favoritos, en parte porque sólo he leído un poco y me quedan un par de libros suyos que suponen el total, su obra completa. Un libro de poemas, uno de cuentos y tres novelas. Ella había leído la misma mitad que yo con una diferencia. En su caso la razón fue imposición académica y en el mío la curiosidad, la desesperación, la salvación y saber que algún día conocería a una María y podría decirle sin mentir: me gustó.
María Asunta : Leí el Ulises.
- Está muy bien verdad [ s.c.] A veces es demasiado erudito, los farragosos juegos de palabras, las alusiones a Shakespeare y otros autores. El latín. Pero es divertido, mucho. Y el modo en que está escrito, a ratos sientes estar penetrando en un intersticio real de esa posibilidad que llamamos alma, conciencia.
- Me resultó aburrido y pesado.
- Sí, Dublineses es más convencional, más llevadero..por así decirlo.
- Sí.
Terminó la conversación con un sí, como el Ulises termina con un Yes. Tenía tan poca gana de hablar de literatura como yo. Claro que a mí me costaba centrarme en la discusión porque estaba deslumbrado de tanta belleza como insinuaba María Asunta. Ella prefería mirar la tele, esperar que llegara el momento de la cena. Vivir un momento de transición como si fuera un momento de transición. No me miraba a la cara durante más de 15 segundos, que contaba 1,2,3...puede que le resultase repugnante, que mis ojos fueran en ese momento los de un viejo impotente que escupe baba blanca viendo la tetita de la niña.Llegué a pensarlo mientras le hablaba de Joyce. Pero este es el verdadero problema, la cuestión de fondo, lo que me interesa y preocupa: que nunca sabré si María Asunta sintió repulsión hacia mi ser de viejo verde. Ni aunque se lo preguntara a ella directamente podría saber la verdad.
La cena llegó. Porque es cierto que todo acaba llegando, es horriblemente lineal e insano este tiempo cronometrado que siempre te alcanza. Es lo mismo que te muevas hacia delante hacia detrás. Ahí lo tienes, fecha señalada en el calendario, parecía que nunca llegaría. Y te ves sentado y dispuesto a cenar. Transcurrirá rápido, agradable o no igual de veloz, y entonces habrá sido y nunca volverá a ser. Un movimiento de cubiertos y digerir los platos, una sensación de brillo conforme avanza la noche o puede que una pesadez en el estómago que te vuelva incierta las palabras, que vengan de lejos y no te digan nada. En cualquier caso pasará muy rápidamente y terminará, será el final por siempre, nunca más. Bueno pues la cena había llegado.
Se sentaron los padres y María Antonieta, Sarah, María Asunta y yo. En realidad otro de los comensales comedores de sal era el hermano pero sólo habló de fútbol y no quiero meterle en este relato. No merece ni eso. Había mucha más gente, es una familia numerosa.Los padres se acostaron casi después del postre porque eran muy ancianos y estaban cansados y todo el mundo sabe que las comidas copiosas provocan sueño, también por la noche. En la tabla me quedé acompañado de las hermanas trasegando vino elaborado en casa, justo debajo nuestra, en lo que llamaban cantina. María Asunta era la única persona abstemia de la casa lo cual no desentonaba con su aureola de inmortal. Además era la única alrededor de los vinos y los dulces de también fabricación casera que no quería acostarse conmigo esa noche. Ni ninguna de las noches.Sarah estaba deseándolo, no hacía otra cosa que lanzarme miradas estrábicas, siempre le ocurría esto con el licor, cargadas de lujuria reprimida durante las cuatro estaciones. Notaba y veía en los otros como nuestros dientes y nuestras bocas pasaban del rojo al morado y de éste al negro. Dentro de poco nos empezarían a caer los mocos y los pedos se escaparían. María Antonieta, que era la más próxima, empezó con el nostálgico manoseo, ya una costumbre que nunca pasaba de ahí y que terminaba con el entornamiento de ojos pícaramente tristes : soy una vieja para ti.
Todo llega ¿lo ves? Deseaba irme a la cama, abandonar la estancia, escapar a las hermanas. Empezaba a sentir algo parecido al odio por María Asunta, tan lejana y tan alta. Sarah me provocaba naúseas. Desde que la dejé no había sufrido grandes cambios, tenía más panza, más culo ( las chicas de ahora tienen el culo muy gordo por lo general). Esto eran menudencias, lo inmediato y tangible es que la carita que me gustaba y me hacía sonreír ahora me da asco. María Antonieta esa noche estaba sin marido y la noté más suelta de lo habitual con la amatoria manita-pezuñita. Las atracciones y repulsiones gravitaban delante y dentro mía en un continuum con un final impredecible pero cercano.
Me lavé los dientes y dentro de la cama disfruté con el silencio de la gran casa de cuatro plantas. Silencio. Ni mi respiración era capaz de oír. Es como estar muerto sin echar nada de menos. Es la oscuridad, cuando me coloco como un enterrado con las manos sobre el pecho y no logro ver nada. Y efectivamente es a la nada hacia donde me conduzco, sin interés cuando estoy fatigado y sin sorpresa, como algo normal, cuando reflexiono dentro de la noche. Sólo a veces me doy cuenta de que se trata de un ensayo, de una irremediable opereta que debo interpretar sin voz. Entonces es cuando sufro taquicardias, no consigo dormirme, me levanto y me acuesto esperando que llegue la luz del sol, el despertar del mundo que para mí será el soberano cansancio, el dormir por fin un par de horitas.
Hasta que noté el ruido que rascaba la ranura de la puerta, ese espacio deshabitado y cándido entre la plana madera y el polvoriento suelo. Pensé: la carcoma. Un ratón. El perro. Miré y una sombra humana podía interpretarse como la causa de la oscuridad redondeada, de bulto, del marco de la puerta en su parte más inferior.. Y el brillo entrando por el hueco. Como un cuchillo. Un cortauñas. Una lima para erosionar, que es hacer desaparecer, eliminar para siempre, para romper los barrotes que impedían escapar a la verdadera fantasía que nada tiene que ver con este burdo entretenimiento autocomplaciente-autopunitorio.
Lo que ocurrió después lo cuenta Sarah.
Sarah : Cuando todos se acostaron metí la llave de mi habitación en la de Hugo. Tenía otra copia para mí, como todas mis hermanas. Hice el mayor ruido posible pero sin exagerar, quería que él se diese cuenta pero no el resto de habitantes de la casa. Sabía que si Hugo se levantaba y encontraba la llave no podría dejar de actuar. Todas las chicas tenemos una cerradura blindada en nuestros cuartos. Fue una idea de Padre durante el período de los violadores y asaltadores, muchos años atrás cuando aún vivíamos en casa. Pero las cerraduras se han mantenido ( los violadores unos están en prisión y otros andan sueltos). Y nuestra costumbre de cerrarnos con llave también ha perdurado. Ví mi oportunidad en el hecho de que Hugo venía por primera vez a casa de mis padres y no tenía ningún modo de saber quién dormía en cada habitación.. Era obvio que una de las tres había empujado la llave bajo su puerta ¿ Pero quién? Sabía que no podría contener su curiosidad ni frenar el impulso satánico de su polla. Era delatador el modo en que miraba a María Asunta. Su estrategia en la cena fue hacerlo cuando nadie pudiera darse cuenta. Miradas, casi ráfagas, de tan sólo un segundo para que ni siquiera María Asunta lo cazara. Pero estaba tan fascinado que el segundo se convertía en 2, el 2 en 3...para cuando se daba cuenta de su error, de su mirada fija y codiciosa todas nos habíamos enterado ya. Hacíamos como si nada, especialmente María Asunta que por dentro empezaba a sentirse realmente molesta, como un escaparate de joyería. Es el problema de las chicas guapas, pensar que siempre las están mirando por su perfección física, cuando lo cierto es que se mira todo y se presta más atención a lo bello y a lo monstruoso. Por eso se levantó antes para acostarse, grácil, educadísima pero horrorizada ante el poco escrupuloso mirón que tenía frente a ella.
Hugo no podía saber quién le invitaba a pasar una noche en compañía, quién de las tres le ofrecía su cuerpo de mujer caliente. Lo más difícil era que fuese María Asunta. Pero tenía que arriesgar.
Termina el relato el tal Hugo :
No entró ni en la primera ni en la segunda. Cuando llegué a la tercera puerta no podía más de cachondez y de miedo a ser descubierto por algún hermano sonámbulo desprovisto de buena fe para los visitantes nocturnos de alcobas donde reposaban las responsables niñas de la casa.
Me metí entre las sábanas, olisqueando como un marrano y tocando como un lagarto. Estaba tan excitado que tuve una fácil penetración, apoyada y secundada claro está. Anhelada, deseada, aclamada y concedida en último término por mi acompañante. Hice una penetración cuando ya sabía que no se trataba de la mujer casada por la falta de grasa entre mis manos.Me iba metiendo en el asunto y besando a María Asunta, devorando su vida a la par que le entregaba la mía, ganando por una vez, ya nada me podía importar, podría quedarme solo para siempre, miserable en todo lo demás y con un único recuerdo como tesoro. Con un polvo maravilloso con una mujer preciosa por dentro y fuera. Como suero, ella sería el suero y la morfina de toda mi asquerosa vejez sin compañía, de la muerte en un hospital público, de un funeral sin público. María Asunta era mi seguro de vida.
Hasta.
Que.
Empezó.
A gemir con ese AYA AYA AYA que había olvidado. Fue un todo encender la lamparita y ver el rostro amarillo de Sarah contorneado con venas que chillaban, por favor, pedían a gritos que alguien las hiciera reventar antes de tener que seguir aguantando esa interminable presión sanguínea. Fue seguir, aprisionado, arrinconado pero libre para volver a apagar la luz. Hasta el final de la noche, dándole al asunto, lúcido a reventar, maldito, pensando lo poco que me gusta aburrirme, recordándome no olvidar que no existe la llave perfecta. Cuando ha amanecido y Sarah ha abierto un ojo grande de pato le he preguntado si pensaba seguir detrás mía toda la vida, acosándome para que vuelva con ella. Y me ha dicho que sí. Sí. Sí.
1 Comments:
Ey! a ver si os poneis las pilas y seguis con este fanzine u os inventais otro! De momento a ver si recibis premio otorgado por mi misma. Besos.
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